Voz ronca de alcohol. Sobredosis de noches en vela, atrapado en cualquier bar, sumergido en el humo del tabaco. Llorando las penas. Lamentos ahogados en la barra del bar. Avergonzándose, de su reflejo en los hielos. Entre sus manos, agarra el frío tubo de cristal, se lo acerca a los labios y el primer sorbo, de aquella copa, navega por su garganta. Produce un ardor, al que él ya está más que acostumbrado. Un amargo ardor. La marca de agua, dónde antes estaba el vaso, espera con paciencia volver a ser cubierta por el cristal. Una gota se suicida. No sé si fue una lágrima o fue el alcohol derramado al sorber. Busca en su bolsillo. Enciende un cigarro, prende su tiempo, malgasta su vida; inhalando la desdicha, echando el humo de los recuerdos. Otro trago. Otro, otro… ¿Para olvidar? Las luces amarillas tintinean. Los insectos quieren adentrarse en las bombillas. Mueren en el intento. Embobado les observa.
Otro trago. Otra calada. Las cenizas caen sobre su ropa. –Estúpidos insectos- piensa –Aman la luz y mueren por ella- Otro trago. Otra calada. Irónico. Amar la vida. Y morir por querer vivir demasiado. Pero él no se daba cuenta. La vida te consumió, pequeño. La vida te esnifo. Exceso de vida. Y qué poco viviste. La última calada. El último trago.